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Titularé este diario “Mi miserable vida sin cocaína” como reality barato. Debes odiarme por tanta insolencia pero al Diablo se le dice Diablo y a mí, Insolente.
Yo seguía sentada en
la barra y hasta ese momento no había notado la miradita coqueta del bartender. Es un niño, me lo pensé antes
de pedirle que me acompañara al baño. Qué buena es la inocencia en la juventud,
el chiquito ni si quiera se imaginó qué me pasaba por la cabeza hasta que le
mordí el labio y entre mi respiración agitada y su saliva, tuvo la delicada
atención de detenerme y mirarme para decir “eres una mujer hermosa”. ¡Puta
madre! no quiero ser hermosa, quiero que me arranquen la ropa. Mejor dejé de
jugar a las muñecas con el niño y pagué mi cuenta.
Casi podía leerme en
los diarios, “alarma, otro ataque de mujer fatal en el Centro. La víctima, -un bartender de veintiún años- declara…”.
Y para el grandioso
final del artículo, la descripción exagerada de mí como principal sospechosa.
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